El frío ralentiza la actividad eléctrica del cerebro, lo que hace que el procesamiento cognitivo sea más lento. Esto se traduce en una mayor dificultad para concentrarse, tomar decisiones o recordar instrucciones.
La exposición prolongada al frío puede provocar cansancio mental, lo que hace que concentrarse en tareas cotidianas como estudiar, conducir o trabajar sea más difícil.
El cerebro necesita energía para ser eficiente. Cuando se expone al frío redirige los recursos para mantener la temperatura corporal, lo que merma su capacidad de pensar con claridad.
Esto se traduce en un fenómeno conocido como "niebla mental", el cual hace que las personas se sientan confundidas u obnubiladas.
Las heladas pueden afectar al hipocampo, la región del cerebro encargada de almacenar y recuperar recuerdos.
Las tareas que requieren memoria, tales como aprender información nueva, también se pueden volver más complicadas cuando hay una exposición prolongada al frío.
El frío hace que los vasos sanguíneos se constriñan, lo que limita la llegada de sangre al cerebro. Esta disminución de la circulación puede afectar a las habilidades cognitivas, es decir, hacer que nos cueste más pensar.
En los casos más extremos, un menor riego sanguíneo puede contribuir al deterioro cognitivo o, con el tiempo, incluso al desarrollo de enfermedades como la demencia.
El frío puede afectar a los niveles hormonales, provocando cambios de humor. La falta de sol en particular durante los meses más fríos puede provocar una bajada en los niveles de serotonina.
Asimismo, la tensión fría puede disparar los niveles de cortisol, una hormona que afecta a la regulación del estado de ánimo, lo que se traduce en ansiedad o inestabilidad emocional.
Como el cuerpo intenta conservar calor cuando hace frío, deja de invertir energía en funciones no esenciales como p. ej. mantener un alto estado de alerta.
Un tiempo de reacción más lento puede afectar a la toma de decisiones y, por lo tanto, reducir nuestra capacidad de estar atentos o de llevar a cabo tareas con eficiencia.
La tensión fría ocurre cuando el cuerpo se ve obligado a utilizar más energía para mantenerse caliente, lo que puede activar la liberación de cortisol.
Tener el cortisol alto puede aumentar la ansiedad, la irritabilidad y reducir nuestra capacidad para lidiar con la presión.
El frío puede empeorar los síntomas de problemas neurológicos previos. Por ejemplo, los pacientes de esclerosis múltiple pueden experimentar una mayor debilidad y dificultad de coordinación al verse expuestos al frío.
Asimismo, las personas propensas a tener migrañas y otros tipos de cefaleas crónicas pueden experimentar episodios más frecuentes o intensos como resultado del frío.
Aunque a algunas personas les resulta más fácil dormir cuando hace frío, a otras les ocurre justo lo contrario.
El frío extremo puede provocar incomodidad, haciendo que sea más difícil encontrar una postura cómoda. También puede alterar el ritmo circadiano natural del cuerpo, el encargado de regular los patrones de descanso.
El frío puede tensar los músculos y las articulaciones, limitando la coordinación. Acciones sencillas como teclear, sostener un bolígrafo o atarse los cordones pueden volverse más difíciles debido a la falta de flexibilidad y destreza que acarrea el frío.
Esto puede provocar un aumento de los accidentes o errores a la hora de desempeñar actividades cotidianas como conducir, así como interferir en los trabajos que requieren destreza manual.
Este tipo de cefalea ocurre cuando algo frío como un helado entra en contacto con el paladar.
Esto provoca la rápida constricción y expansión de los vasos sanguíneos del cerebro, lo que se traduce en un dolor agudo y repentino.
La incomodidad que provoca el frío puede alterar la regulación emocional y, por lo tanto, generar cambios de humor e irritabilidad. La falta de sol en invierno reduce la serotonina, de ahí que la exposición al frío se asocie con el estrés y la depresión.
Estos desafíos emocionales pueden empeorar el bienestar y las relaciones interpersonales, lo que a su vez agrava los problemas de salud mental.
El frío afecta al sistema nervioso, limitando los reflejos y el tiempo de reacción.
Tener peores reflejos en invierno nos hace más propensos a las lesiones y los accidentes, ya que al cuerpo le cuesta más responder con rapidez a los cambios.
La exposición prolongada al frío extremo puede provocar hipotermia, un peligroso descenso de la temperatura corporal. Esto ralentiza significativamente el funcionamiento del cerebro, lo que nubla el juicio y dificulta la toma de decisiones.
A medida que la hipotermia avanza, las personas se sienten más confundidas y desorientadas hasta el punto de llegar a perder la consciencia.
El frío obliga al cerebro a regular el calor corporal, lo que aumenta el cansancio y el aletargamiento.
Este tipo de cansancio influye en la toma de decisiones, la concentración y el rendimiento físico, reduciendo la eficiencia en general y aumentando el riesgo de desgaste y agotamiento mental.
Fuentes: (Verywell Mind) (The Scientist)
No te pierdas: Cómo aprovechar el invierno: actividades divertidas para todas las edades
¿Qué le hace el frío a tu mente? Descubre sus efectos
Una bajada de las temperaturas puede provocar cambios químicos disruptivos
SALUD Invierno
Las bajas temperaturas afectan al cerebro de forma sorprendente, llegando a influir en todo, desde la memoria hasta la energía y los reflejos. Como el cuerpo trabaja por mantener la temperatura, el cerebro ajusta sus funciones, lo que suele provocar cansancio, un procesamiento cognitivo más lento y dificultad para tomar decisiones. La exposición prolongada al frío también puede afectar a la salud mental, así como aumentar el estrés y la irritabilidad. Para saber más al respecto, haz clic para seguir leyendo.