Si has estado pendiente de las redes sociales últimamente, puede que hayas visto a influencers hablando de momentos muy personales y emotivos en vídeos en los que no faltan las lágrimas y que tienen por objetivo despertar empatía en los usuarios. ¿Pero y si estas muestras de vulnerabilidad no fueran tan reales como aparentan ser? Una tendencia cada vez más extendida conocida como "McVulnerabilidad" está transformando momentos emotivos en poderosas herramientas publicitarias, lo que lleva a muchos a explotar su dolor para conectar con sus seguidores y vender productos. Se trata de un fenómeno que nos lleva a hacernos la siguiente pregunta: ¿son estos influencers "llorones" siendo sinceros o solo están monetizando sus emociones? Si quieres saberlo todo sobre la tendencia de moda, ¡haz clic para seguir leyendo!
Una nueva moda está haciendo que los influencers lleven sus marcas a nuevos extremos, usando las lágrimas y la vulnerabilidad como moneda de cambio para conectar con sus seguidores y, de paso, promocionar productos.
Esto ha hecho que ahora se conozca como influencers "llorones" a aquellos que lloran o comparten momentos emotivos en sus vídeos.
De primeras puede parecer una moda más de las muchas que hay en internet o incluso un intento genuino de conectar con otras personas que estén pasando por una situación similar. Sin embargo, los expertos creen que hay una estrategia por detrás.
En un mundo lleno de publicidad, la vulnerabilidad ha dejado de verse como una debilidad y ahora es algo que muchas personas buscan activamente.
Conscientes de esta demanda, los influencers aprovechan su exposición emocional para parecer más cercanos. Pero la línea que separa la realidad de la actuación cada vez se desdibuja más.
Al contrario que la auténtica, la McVulnerabilidad está diseñada para consumirse y ofrecer una conexión emocional superficial.
Eyal sostiene que estos influencers ofrecen "una versión sintética de la vulnerabilidad semejante a la comida rápida: producida en masa, accesible, en ocasiones sabrosa y carente de sustancia".
Acuñado por la socióloga Eva Illouz, el término pone de relieve cómo las emociones se han convertido en mercancía en el mercado digital, algo profundamente entrelazado con la publicidad y el consumismo.
Los estudios demuestran que un mayor uso de las redes sociales lleva a un agravamiento de las compras impulsivas. Esta tendencia es considerablemente más fuerte cuando los espectadores conectan con aquello que están viendo.
Hoy en día, el contenido emocional es una herramienta publicitaria esencial. Al compartir momentos vulnerables, los influencers generan una sensación de intimidad con el público, lo que aumenta la implicación e impulsa las ventas.
Según Eyal, uno de los resultados más dañinos de la McVulnerabilidad es que da pie a un círculo vicioso.
La estrella de YouTube Trisha Paytas suele compartir vídeos emocionales de ella llorando en los que combina la vulnerabilidad con la autopublicidad.
En vídeos como "Reacting to My Sad and Lonely Videos" ("reaccionando a mis vídeos tristes y solitarios"), Paytas crea un bucle deliberado: llora mientras ve su propio contenido y aprovecha la ocasión para vender sus productos.
Aunque compartir experiencias difíciles puede ayudar a otras personas, dar más información de la cuenta a cambio de visualizaciones y reacciones positivas puede tener consecuencias negativas.
Eyal señala que cuanto más se exponen emocionalmente los influencers, más probable es que pierdan el contacto con la verdadera esencia de la vulnerabilidad.
Con su TED Talk viral de 2010 y su libro 'Daring Greatly', la investigadora y trabajadora social Brené Brown ha revolucionado nuestro concepto de la vulnerabilidad. Al eliminar el estigma de la debilidad, ha logrado redefinirla como "el lugar de nacimiento del amor, la pertenencia, la alegría, el coraje, la empatía y la creatividad".
Su trabajo ha inspirado a muchas personas, pero las redes sociales han convertido la vulnerabilidad en un negocio, añadiendo una nueva capa de complejidad al asunto.
La vulnerabilidad real siempre entraña un riesgo, ya que implica abrirse a los demás sin un resultado o una recompensa clara. La McVulnerabilidad, por otro lado, permite a los influencers controlar su exposición emocional, haciendo que compartir sus experiencias sea más fácil y menos arriesgado.
Puede que las plataformas digitales hayan facilitado el empatizar con los demás, pero estas interacciones a menudo carecen de la profundidad que posee la empatía real. La McVulnerabilidad puede crear una falsa sensación de cercanía que, a fin de cuentas, no es satisfactoria.
Las madres influencers, por ejemplo, suelen compartir las dificultades que experimentan a diario, lo que llama la atención de otras mujeres que buscan apoyo. Aunque algunas de estas influencers dan consejos verdaderamente útiles, muchas se aprovechan de la vulnerabilidad emocional de otras madres para hacer negocio.
En el caso de las madres que necesitan ayuda y comprensión, estas interacciones por internet nunca les van a aportar lo mismo que una comunidad real.
No todo el contenido emocional que hay en internet es malo. Algunos creadores de contenido de verdad ayudan a los demás con sus historias y les dan la validación que tanto necesitan, por ejemplo si están pasando por un duelo o han sufrido malos tratos.
Los vídeos de supervivientes de catástrofes o conflictos armados pueden ayudar a humanizar una crisis de una forma que una estadística nunca haría, lo que nos recuerda el precio humano real que hay por detrás de los titulares.
Eyal propone una pregunta para determinar si un influencer de verdad está intentando conectar con sus seguidores o si solo está monetizando su vulnerabilidad: ¿está compartiendo su experiencia sin compromiso? "La vulnerabilidad es generosa", sostiene Eyal. La vulnerabilidad genuina entraña un riesgo y conecta a la gente al revelar tu cara más auténtica.
Por el contrario, Eyal sostiene que la McVulnerabilidad es "lo opuesto a la generosidad". No entraña ningún riesgo y, aunque parezca que aporta algo, acaba por dejar al público vacío y en busca de lazos humanos genuinos.
Fuentes: (The Atlantic)
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