¿Qué te deparan las estrellas?
Lo que puede o no ser un pecado es la forma que tenemos de gestionar el enfado: «Si os indignáis, no lleguéis a pecar; que el sol no se ponga sobre vuestra ira. No deis ocasión al diablo» (Efesios 4:26-27).
A veces enfadarse resulta inevitable, pero es importante dar un paso atrás para pensar antes de hablar y evitar que la situación vaya a más: «Quien tiene paciencia abunda en prudencia, quien es impulsivo demuestra torpeza» (Proverbios 14:29).
Las palabras son poderosas, por lo que las equivocadas pueden hacer mucho daño. De ahí que sea importante hablar con cuidado para no enfadar a nadie: «Respuesta amable calma la cólera, palabra áspera excita la ira» (Proverbios 15:1).
Proverbios 29:11 nos dice lo siguiente: «El necio desata su pasión, el sensato sabe controlarla».
Todos hemos hecho algo estúpido en un momento de cólera, por lo que haríamos bien en recordar el Salmo 37:8: «(He) cohíbe la ira, reprime el coraje; no te exasperes, no sea que obres mal».
Las consecuencias del enfado pueden acabar llevando al pecado: «Hombre violento provoca pleitos, hombre furioso duplica delitos» (Proverbios 29:22).
Aunque no sea fácil, el mero hecho de pensar en ello puede ayudarnos a no reaccionar de manera impulsiva: «Hombre sensato refrena su ira, tiene a honra olvidar las ofensas» (Proverbios 19:11).
Dejarnos llevar por el enfado no es bueno para nosotros, por lo que deberíamos expresarlo de alguna manera y no guardárnoslo: «No te dejes arrebatar por la cólera, pues se aloja en el pecho del necio» (Eclesiastés 7:9).
Es importante dedicar tiempo a reflexionar sobre por qué estamos enfadados: «Temblad y no pequéis, reflexionad en el silencio de vuestro lecho» (Salmos 4:5).
«Tened esto presente, mis queridos hermanos: que toda persona sea pronta para escuchar, lenta para hablar y lenta a la ira, pues la ira del hombre no produce la justicia que Dios quiere» (Santiago 1:19-20).
El autocontrol es algo muy importante en la Biblia, tal y como queda reflejado en Proverbios 16:32: «Más vale ser paciente que valiente, dominarse que conquistar ciudades».
Esto se debe a que Dios como tal no se deja llevar por la ira: «El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia» (Salmos 103:8).
Esto es una buena noticia para todos los pecadores: «El Señor pasó ante él proclamando: "Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad"» (Éxodo 34:6).
Y el tuyo tampoco debería: «¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la falta del resto de tu heredad? No conserva para siempre su cólera, pues le gusta la misericordia» (Miqueas 7:18).
Pablo enumera unas cuantas en su carta a los gálatas: «Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, discordia, envidia, cólera, ambiciones, divisiones, disensiones, rivalidades, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen estas cosas no heredarán el reino de Dios» (Gálatas 5:19-21).
«Hombre impulsivo provoca peleas, hombre paciente calma contiendas» (Proverbios 15:18).
«Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (Mateo 5:23-24).
Rodearte de personas que siempre están enfadadas te hará un flaco favor: «No tengas trato con el iracundo ni busques la compañía del violento, no sea que aprendas sus andanzas y te pongas tú mismo una trampa» (Proverbios 22:24-25).
En su carta a Tito, Pablo describe las cualidades de los miembros de la Iglesia y entre ellas incluye el temperamento: «Porque es preciso que el obispo sea intachable, como administrador que es de la casa de Dios; que no sea presuntuoso, ni colérico, ni dado al vino, ni pendenciero, ni ávido de ganancias poco limpias» (Tito 1:7).
«El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal», nos dice 1 Corintios 13:4-5.
Deberíamos rendir culto a Dios con el corazón en paz: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando unas manos limpias, sin ira ni divisiones» (1 Timoteo 2:8).
«Apretando la leche se saca requesón, apretando la nariz se saca sangre, apretando la ira se saca discordia» (Proverbios 30:33).
Puede que suene un poco duro, pero Mateo 5:21-22 es claro a la hora de describir la forma que Dios tiene de juzgar a quienes se enfadan con sus hermanos: «Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "necio", merece la condena de la gehenna del fuego».
Cristo nos aconsejó perdonar y no dejarnos llevar por la ira: «Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo» (Efesios 4:31-32).
«El impulsivo comete locuras, el reflexivo se muestra paciente» (Proverbios 14:17). ¡Seguro que todos hemos hecho alguna tontería por estar enfadados en algún momento!
«Ahora en cambio, deshaceos también vosotros de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca!» (Colosenses 3:8).
La ira justa, como la que Jesús sintió hacia los líderes religiosos que habían convertido el templo de Dios en un mercado, es legítima: «Entró Jesús en el templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas. Y les dijo: "Está escrito: 'Mi casa será casa de oración, pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos'"».
Jesús también se enfadó con los líderes religiosos que se negaron a curar un hombre por ser sabbat: «Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre: "Extiende la mano". La extendió y su mano quedó restablecida» (Marcos 3:5).
Cuando nos enfadamos, podemos llegar a contemplar la posibilidad de vengarnos. Sin embargo, según la Biblia, esa labor solo le corresponde a Dios: «No os toméis la venganza por vuestra cuenta, queridos; dejad más bien lugar a la justicia, pues está escrito: Mía es la venganza, yo daré lo merecido, dice el Señor» (Romanos 12:19).
Fuentes: (Just Disciple) (Bible Study Tools)
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El enfado es una de las muchas emociones que los humanos podemos experimentar. Solemos sentirlo cuando alguien hace algo que nos hiere o molesta o cuando nos encontramos en una situación que nos resulta amenazante. La frustración, la injusticia y la indignación también suelen estar presentes. Enfadarse es completamente normal siempre y cuando no interfiera con nuestra vida o con la de los demás. Por suerte, hay muchas maneras de expresarlo. De hecho, hasta las escrituras sagradas parecen tener algo que decir al respecto. ¡Haz clic para descubrir de qué se trata!